Las protestas contra el gobierno centroderechista de Islandia continúan y aumentan en intensidad, siendo las más graves desde 1949 cuando la población rechazaba el ingreso a la OTAN.
La isla al norte de Europa, de apenas 300.000 habitantes, está inmersa en una grave crisis económica desde el pasado mes de octubre como consecuencia del debacle financiero norteamericano.
Las promesas de ayuda financiera externa no han calmado los ánimos y la situación económica no presenta indices de mejora.
Este miércoles, al salir de su oficina en el centro de la capital, Reykjavik, el primer ministro Geir Haarde fue recibido con una lluvia de bolas de nieve y huevos por parte de los manifestantes. Protegido por la policía logró llegar a su coche y salir del lugar.Las manifestaciones de protestas comenzaron el martes coincidiendo con el inicio de las sesiones del parlamento. Las protestas pacíficas fueron subiendo de tono mientras se reclama la renuncia del gobierno y la realización de nuevas elecciones.
El martes comenzaron arrojando rollos de papel higiénico y zapatos contra el edificio y ahora, se despide a los políticos con huevos y bolas de nieve.
La policía ha arrojado gas pimienta contra los manifestantes para impedir que ingresen a la sede del parlamento.
Algunos manifestantes furiosos prendieron fuego un árbol de navidad instalado en la plaza frente al edificio, y a algunos bancos de la plaza.
40 de los manifestantes fueron detenidos por la policía.La semana pasada la protesta bloqueó el acceso al edificio y la policía empleó la violencia para despejar la entrada.Las protestas han sido organizadas por el movimiento Voces del Pueblo. “Como ciudadanos de este país queremos manifestar nuestros sentimientos contra las autoridades que actúan como si no existiéramos” comentó a la prensa Hördur Torfason, dirigente del movimiento.
Hasta ahora el gobierno ha rechazado la demanda de convocar a elecciones anticipadas.Las actuales autoridades fueron justamente las que iniciaron las privatizaciones en los 90 y promovieron lo que consideran una política “agresiva y audaz” de inversiones, acorde decían, “con las raíces vikingas”.
El arquitecto de las privatizaciones, David Oddsson, es el actual jefe del Banco Central.
El primer ministro Geir Haarde del derechista Partido de la Independencia, se graduó en Estados Unidos y fue ministro de Hacienda de abril de 1998 a septiembre de 2005, en el período de auge de la burbuja financiera.
Ahora la desocupación crece, la moneda –corona islandesa- se ha devaluado más de un 60 por ciento en un año, y es imposible obtener divisas extranjeras.
Pese a que el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial aprobaron un préstamo de 2.250 millones de dólares, las autoridades admiten que el país se verá afectado por la recesión y una alta tasa de desocupación.
El origen
A mediados de los 90, el gobierno islandés se subió a la tendencia neoliberal y decidió privatizar los bancos existentes, que hasta ese momento eran todos estatales. La única condición fue que los compradores debían ser capitales nacionales.Los nuevos banqueros comenzaron a comprar empresas, hipotecándolas después para obtener préstamos en el exterior. Al poco tiempo estaban invirtiendo en el exterior hasta los fondos de pensión depositados en sus bancos en una espiral de hipotecas y nuevos préstamos. En los papeles, Islandia tenía el producto nacional bruto por habitante un 50% más alto que el de Estados Unidos.Los capitales islandeses tenían inversiones en empresas de Gran Bretaña que empleaban a 100.000 personas, un tercio de toda la población islandesa. La isla nórdica de los geisers era un gigante económico
.La isla parecía ser el modelo exitoso del neoliberalismo. Hasta octubre del pasado año. La crisis financiera en Estados Unidos esfumó los fondos islandeses. Islandia pasó al ser el primer país en bancarrota.A principios del 2008, un informe de Naciones Unidas identificó a Islandia como el mejor lugar del mundo para vivir.
Otro estudio de 2006 sostenía que los islandeses eran la gente más feliz de la tierra. Para reforzar esa imagen, los banqueros realizaban grandes fiestas en los bares de la capital donde consumían champagne a 1.000 euros la botella. Sus compatriotas observaban y brindaban de lejos con cerveza.
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