sábado, 1 de noviembre de 2008

ARTICULO DEL DIARIO BRASILEÑO A NOVA DEMOCRACIA SOBRE LA CONSTRUCCION DEL CANAL BANDERA ROJA EN LA CHINA DE LA REVOLUCIÓN CULTURAL





















El campesinado del Nordeste de Brasil, bajo la alegación de la falta de condiciones para la producción, siempre fue persuadido a salir de su tierra para alimentar las necesidades del latifundio y de la burguesía burocrática. Fue así en el ciclo de la goma, en el inicio del siglo XX, y fue así entre las décadas de 50 y 70, cuando fueron construidas obras faraónicas como Brasilia y el Puente Río-Niterói que llenaron los bolsos de políticos, empresarios, etc. Terminadas las obras restaban las favelas y la gran masa para engordar el ejército industrial de reserva del capital. Mientras tanto, en el Nordeste, el latifundio se tornaba cada vez mayor y más rico.


En este mismo periodo, del otro lado del mundo, China vivía una experiencia completamente distinta – absolutamente diferente de la actual farsa olímpica, cuando habitantes son desalojados para la construcción de estadios, se quedan sin indemnización y cuando se concluye la obra son expulsos sin pago por el gobierno fascista, travestido de comunista, de la actual China de capitalismo restaurado. Era la época de la construcción socialista, del gran salto adelante y de la gran Revolución Cultural Proletaria. Era una época de grandes proezas.

Entre 1960 y 1969 fue realizada una magnífica obra en el distrito de Linhsien, en el estado de Honan, situado al noroeste de China, la construcción de una red de cerca de 1.500 kilómetros de canales cavada en la roca con mazos, taladros y dinamita. Debido a su carácter, no tiene nada de faraónica. Era la obra de las masas laboriosas dirigidas por su partido, el Partido Comunista, para transformar la naturaleza y construir el futuro. El Canal de la Bandera Roja será siempre recordado como una de las maravillas que las masas son capaces de construir.

El libro El canal de la Bandera Roja de Lin Min, fue publicado por la Ediciones en Lenguas Extranjeras de Pekín en 1975. El trabajo de Lin Min es un libro con poco más de 70 páginas, pero extremadamente rico. Cuenta la historia de la construcción del canal, el placer y la abnegación de las masas para cambiar el porvenir, pero también el de la lucha contra el revisionismo de Liu Chao Shi y sus partidarios, que, cuando en el poder, hicieron de todo para conducir China de vuelta al capitalismo. Un hecho tan grandioso de las masas no pasaría impune. Diversas fueron las tentativas del revisionismo de paralizar la obra, pero la determinación del pueblo y la dirección firme del comité distrital del PCCh, liderado por Ian Cuei, fiel seguidor del Pensamiento Mao Tsetung (como era denominado el maoísmo en la época), nunca consiguieron su intento. Driblando la decisión de la dirección central y bajo el pretexto de hacer el mantenimiento en las partes listas, fueron mantenidos algunos equipos que continuaron la obra. Terminada la cosecha, trabajadores volvían a la construcción hasta la estación del plantío y, palmo a palmo, la roca se transformó en canal.

Una naturaleza inhóspita

Linhsien está situado en el noroeste del estado de Honan. Es un distrito bastante montañoso, casi desproveído de vegetación y además de poseer pocas tierras cultivables es muy populoso. Por la región del distrito atravesaban varios ríos, que corrían por profundos valles pendientes en las encostas escarpadas, haciendo sus lechos estrechos para contener mucha agua. Los principales cursos de agua de la región secaban durante el estiaje y, en el periodo de las grandes lluvias, se transformaban en grandes torrentes que provocaban desastres. Por eso, nunca se conseguía conservar el agua de la llena para poder utilizarla.

Por causa de la falta de agua potable, 10 mil habitantes del distrito tenían que atravesar montañas de decenas de lis (1 li = 500 metros) para buscar agua. Durante el período feudal, en cada seca, los campesinos que no conseguían pagar sus deudas con los señores de tierra eran expulsos, yendo a mendigar en otras regiones. La producción era inevitablemente pequeña. La existencia de pozos profundos era de provecho exclusivo de los feudales. Retirar agua era crimen punido con castigos terribles.

Con la liberación diversos problemas continuaban afligiendo las cerca de 500 aldeas que componían el distrito de Linhsien. Pero, en relación a las condiciones naturales de la región, la escasez de agua constituía el problema más grave. Resolverlo significaba un gran salto en el desarrollo de Linhsien.
Diez años de trabajo arduo

En febrero de 1960 se iniciaron los trabajos para la construcción del canal. Quince años antes el Presidente Mao escribió el artículo Como Yukong removió las montañas, en el cual evoca una fábula de la antigua China sobre un señor llamado Yukong, que decidió, con la ayuda de los hijos, arrancar, con golpes de pico, dos grandes montañas que se interponían en el camino entre la ciudad y su casa. En la historia, Yukong y sus hijos trabajaron día a día. Por fin, y por ser una fábula, el Cielo quedó conmovido con su perseverancia y mandó dos ángeles para que cargaran las montañas. Para el Presidente Mao, el Cielo no es otro sino las masas chinas y la fábula incentiva el pueblo a perseverar, compenetrándose en el espíritu luchador de Yukong.

Un campesino escribió con tinta roja y en letras colosales en una roca de las montañas de Linhsien: “¡Transformar China inspirándose en el viejo Yukong que removió las montañas!”. Era el incentivo que faltaba.

Una cosa que no faltaba eran hombres y mujeres dispuestos a participar de las obras. Ya en 1958, el distrito de Linhsien contaba con más de 400 cooperativas de tipo superior, agrupadas en 15 Comunas Populares. Esas Comunas Populares, de esencia socialista, movilizaron 40 mil personas para la construcción de las represas y del canal.


El canal, con sus tres ramales y toda una serie de canales auxiliares, forma una red de 1.500 km de extensión. Durante las obras fueron abiertos 134 túneles, erguidos 150 acueductos y, en el terrapleno, fueron removidos 16.400.000 metros cúbicos de roca. Era una grandiosa obra de ingeniería. Esas nobles aspiraciones contaron también con la participación de grandes hombres y mujeres, que enfrentaron y sobrepujaron incontables dificultades, pero que se guiaron por la consigna de apoyarse en las propias fuerzas.

Para la superación de las dificultades, los campesinos desarrollaron soluciones técnicas revolucionarias. A lo largo de la obra fueron varias de esas soluciones, siendo importante destacar dos de gran eficiencia.
El canal que pasó por debajo del río

“En el inicio, cuando los agrimensores determinaban el trayecto del canal principal, ellos tuvieron que detenerse delante del Tchuoho, río de cerca de cien metros de anchura, que el canal debía atravesar para poder continuar para el sur. En la época de las llenas, el curso de agua aumentaba y su caudal ultrapasaba los 500 metros cúbicos por segundo. Si fuera construida una galería de canalización de un centenar de metros en concreto armado y con tubos de grandes dimensiones, el coste de la obra subiría para un millón de yuan, y, además de eso, era necesario esperar por las armazones metálicas y por el cimento que el Estado suministraría según su plan. El grupo de estudio para la elaboración del plan, constituido según el principio de la tríplice unión (Comités Revolucionarios surgidos en la gran Revolución Cultural Proletaria), decidió poner de lado este proyecto y resolver el problema de otra manera.


Este grupo fue consultar al viejo albañil Iam Wanjen que hacía decenas de años vivía junto a las márgenes del Tchuoho; además de eso, pasó a vivir con los habitantes a fin de recoger las más amplias informaciones, reuniendo así muchos datos sobre el lecho del río durante las llenas precedentes. Iam Wanjen había sugerido que se construyera una galería en piedra sobre el lecho del río, para que las aguas del canal pudieran atravesarla. Esta propuesta fue muy apreciada por el técnico Vu Tzutai, miembro del grupo de estudio, que de ella se inspiró. Pensó: "Si la galería fuese construida sobre la superficie del lecho, ella no resistirá a la corriente de las aguas durante la época de las llenas; pero, si construyéramos un dique de un lado al otro del río y encajada en el lecho, con galerías para el pasaje de las aguas del canal, pasando las aguas del río, a la vez, por cima del dique conseguiremos entonces hacer correr las aguas del canal bajo el lecho del río y, además de eso, el dique será capaz de resistir a la corriente durante las llenas”.

Partiendo de esta idea, Vu presentó un primer proyecto de dique con galerías. En las reuniones de discusión de la tríplice unión, el viejo albañil Iam y otros camaradas introdujeron modificaciones. “Hoy en día se puede ver un dique en piedra de 155 metros de largura, 20 metros de anchura y 6 metros de altura, con dos galerías subterráneas. La parte superior del dique está al mismo nivel del lecho del río, las extremidades sur y norte de las galerías subterráneas están conectadas al canal principal, corriendo el agua del canal de norte a sur. Hoy es evidente que la obra resistió firmemente a la prueba de los tiempos, y su coste fue sólo el correspondiente a un quinto del de un dique en concreto armado”.
Saltemos para el río

“Había llegado el momento de la unión de las dos partes del dique en la cabeza del canal. En este lugar la corriente era extremadamente rápida. Las piedras, transportadas en cestos y lanzadas en el río, eran inmediatamente arrastradas, los sacos de paja, llenos de arena, también; lo mismo sucedía con los grandes bloques de roca que pesaban unos 100 kilos. ¿Qué hacer? La época de las llenas se aproximaba, y, entonces, se vería el torrente de agua descender de la montaña con un caudal varios centenares de veces, o hasta mil veces, más impetuoso; la unión sería imposible de realizarse y, peor aún, las dos secciones ya construidas del dique podrían desmoronarse. Era necesario, pues, concluir la junta a cualquier precio, antes de la época de las llenas.”

“¡Saltemos para el río!” – clamó alguien en voz alta.

“Oyendo el llamamiento, numerosos trabajadores, agarrándose firmemente unos a los otros por los brazos, formaron un dique humano frente a la corriente. Fueron necesarias tres filas de hombres para que se pudieran mantener en equilibrio. La corriente era fuerte, pero no conseguía derrumbar esta muralla indestructible. El río se dejaba dominar; la corriente disminuía en el local de la junta. En el margen, los trabajadores corrían, llevando en los hombros sacos de 150 kg que venían a lanzar al punto de la unión. Se fijaron estacas, los sacos de arena fueron lanzados uno a uno en el agua, así como las piedras transportadas en cestos. En tres horas de lucha encarnizada se concluía la unión de las dos partes del dique.”
Economizar y contar con las propias fuerzas

Una lección importante que las masas aprendieron en la sociedad de clases en general y en el capitalismo en particular fue la necesidad de economizar. Economizar para sobrevivir; dictados como “vender el almuerzo para comprar la cena”, son comunes en diferentes partes del globo. Pero la economía de recursos hecha en la construcción del Canal de la Bandera Roja tenía un carácter completamente diferente. No se trataba de economizar las migajas conseguidas con la venta de la fuerza de trabajo, sino de economizar recursos colectivos de la Comuna, del Estado, y no para llegar vivo al final del mes y continuar siendo explotado, pero para acabar con el problema milenario de la falta de agua y modificar la vida. Y la economía fue llevada de forma tan intensa que dejaría cualquier ecologista de turno de boca abierta. Hoy se habla mucho en los tres erres – Reducir, Reutilizar y Reciclar – veamos cómo se da eso en la práctica de una sociedad socialista.

Los montes Taíham eran abundantes en piedra; los trabajadores tallaron a martillo los bloques necesarios a los 1.500 kilómetros de canales. Para las obras de terrapleno, era necesaria gran cantidad de cimento, inicialmente suministrado por el Estado; más tarde, los constructores decidieron crear una fábrica rudimental de cimento.

“Los propios constructores también fabricaban la cal, cualquiera que fuera la cantidad necesaria. Pero el inconveniente era que, en la construcción de un canal, lo que no se verificaba en la construcción de una represa, las obras se extendían sobre un largo recorrido y se desplazaban a medida que avanzaban los trabajos, de tal manera que los hornos de cal debían ser reconstruidos en cada desplazamiento. Demolerlos y reconstruirlos acarreaba grandes desperdicios. Los trabajadores reflexionaron profundamente sobre el problema y acabaron por inventar un método que permitía fabricar la cal sin horno, al aire libre. De ahí resultó una economía de brazos y de combustibles, y el transporte del cal quedó facilitado.”

Pero no para por ahí: la dinamita suministrada por el Estado pasó a ser fabricada a partir del nitrato de amonio, utilizado como fertilizante, con una economía del 75%.

“Se utilizaban al máximo los materiales. Cuando un taladro, de tanto haber sido utilizado, se había quedado demasiado corto, era enviado a un herrero para que lo reparara; cuando se había hecho corto para que, reparado, pudiera volver a su largura normal, era transformado en cincel para los canteros; a su vez cuando este quedase corto, el cincel iba a juntarse a todas las sobras, con las cuales se fabricaban cuñas para los albañiles. Estas cuñas, si no podían ser usadas, servían en último caso para la reparación de azadas.”

“Los residuos eran todos aprovechados. Se juntaba la chatarra para hacer de ella instrumentos. Un mazo fabricado por los propios trabajadores costaba sólo 20 fen, es decir, menos de un décimo del precio de mercado que era de 2,5 yuan. La madera de las cajas de dinamita servía para fabricar cajones para argamasa, carretillas y baldes, mientras que los clavos de esas cajas eran cuidadosamente arrancados para ser nuevamente utilizados.”

“En resumen, en las obras del Canal de la Bandera Roja se practicaba una economía rigurosa. No se desperdiciaba un clavo, un pedazo de chatarra, un pedazo de madera, incluso un hilo; todo tenía su utilización. Los constructores decían: “¡Contando con nuestras propias fuerzas y con nuestras dos manos, no temiendo derramar el sudor, tendremos todo lo que queramos!”
Hombres, mujeres y una sola voluntad

El libro de Lin Min cuenta la historia de un gran hecho, el canal, pero nos brinda también con las historias de hombres y mujeres que lo hicieron. Son historias emocionantes como la de la intrépida joven Yom-ti líder del “Equipo de las Jóvenes de Hierro” que después de luchar para aprender a fijar los taladros y martillar con los mazos, lucharon para aprender a manosear la dinamita. Después de mucha insistencia Yom-ti fue autorizada (la dirección del Partido Comunista quería incentivar la iniciativa femenina) a encender cinco mechas de detonación. Encendió la primera y su corazón disparó, después de la cuarta perdió la sangre fría y pidió que la recogieran. Fue recibida con aplausos, pero dijo que se sentía avergonzada por no haber encendido la quinta mecha y, aunque aún hubiera humo, descendió al túnel nuevamente y como su lámpara se apagó, palpó el suelo hasta encontrar la mecha. La encendió y salió. Su ejemplo fue seguido y las jóvenes del equipo de hierro se tornaron hábiles dinamitadoras.


Otro equipo que merece destaque es el liderado por Jem Yam-tchem, miembro del Partido Comunista y famoso dinamitador. Los miembros de ese equipo tenían como función, después de las explosiones, descender en los peñascos colgados por cuerdas y rodar las piedras sueltas, a fin de evitar accidentes. Era un trabajo arriesgado que varias veces dejaba heridos, pero el equipo no vacilaba, velaba por la seguridad de sus compañeros de trabajo.

Sin duda, la mayor dificultad de Lin Min fue seleccionar cuáles historias colocar en el libro, pues las masas son generosas en ofrecerlas. Ya es difícil para nosotros escoger entre las pocas referidas por el autor para exhibir en este artículo, imagine escoger entre las miles y miles que ocurrieron en la obra, historias de anónimos, como el viejo tallador que día después de día, año tras año, transformaba la piedra irregular en bloques para la construcción; o del joven que viendo sus compañeros lastimarse los pies por causa de los zapatos gastados iba de cantero en cantero con su maleta de herramientas, reparándolos. Finalmente, historias del trabajo cotidiano abnegado que sólo los hijos del pueblo y un sistema socialista pueden hacer.

Nuestro problema, sin embargo, es más fácil de resolver que el de Lin Min y en breve publicaremos en el sitio del periódico, www.anovademocracia.com.br, la íntegra del libro.

Actualmente, en el Brasil del atraso...

La lectura del libro El Canal de la Bandera Roja de Lin Min que cuenta la saga del pueblo chino en la construcción de una grandiosa obra de ingeniería, nos incita a reflexiones, sin poder dejar de hacer comparaciones con los problemas estructurales que vivimos. Además de eso, establece un parámetro para criticar la propalada obra de transposición del río San Francisco, que está próxima a ser ejecutada por el Estado burocrático brasileño, a través de la gerencia de Luiz Inácio.

Es extremamente necesario marcar la diferencia de las dos obras en los siguientes puntos: ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Y para quién?

El canal de la Bandera Roja fue construido por los trabajadores chinos. Esos trabajadores del estado de Honan, en su gran mayoría se presentaron voluntariamente para la tarea. Existía una gran diferencia, no había más patrones y empleados y sí cooperativas y comunas formadas por hombres y mujeres que trabajaban hombro a hombro. Había, es claro, elementos que coordinaban los equipos de trabajo, esos surgían del seno de los propios trabajadores, tenían el reconocimiento de los mismos y les servían de ejemplo. En el caso de la transposición del río brasileño, las obras serán ejecutadas en buena parte por la mano de obra del Ejército, además de trabajadores superexplotados por las empresas constructoras.

La razón del canal de la Bandera Roja fue el pueblo chino. La obra llevó a la población de la provincia china beneficios materiales considerables, como la posibilidad de electrificación, la implantación de pequeñas industrias, además, es claro, del aumento espantoso de la producción agrícola. Pero lo que es más importante aún es la fuente de riquezas inagotable en el plano ideológico. El espíritu de contar con las propias fuerzas, de trabajar arduamente, de avanzar siempre a pesar de las dificultades, demostrados a lo largo de la construcción del canal deja un gran legado.

La razón de la transposición del río San Francisco son los intereses del latifundio y de los reyes del “agronegocio”. Los beneficios para los campesinos y la población ribereña y de la región agreste carente de agua son irrisorios, siendo evidente que serán expulsos da allí por el latifundio.

El proyecto de transposición del río San Francisco, denominado por la gerencia brasileña como “Proyecto de Integración del Río San Francisco con Bacías Hidrográficas del Nordeste Septentrional” es un proyecto al servicio de las constructoras, de intereses electorales, manipulados por la secular industria de la sequía en el Nordeste. La industria de la sequía, primero trabajó con los diques, ganando mucho dinero, beneficiando familias de latifundistas. No satisfecho, el latifundio busca ahora transponer las aguas del San Francisco para sus intereses propios, además de así atender intereses del monopolio internacional. Es obra del imperialismo.

Otra comparación es fundamental: el presupuesto de la transposición del San Francisco es de la orden de R$ 4,5 mil millones, costeados por el Estado para el deleite del latifundio. Se debe aún llevar en consideración los desvíos y toda tipo de robos promovidos por los políticos y empresas constructoras.

Mientras que en el Canal de la Bandera Roja:

“El espíritu de la población de Linhsien de contar con sus propias fuerzas también se revela claramente si examinamos la proveniencia de los fondos invertidos en los trabajos de construcción; de los 47 millones de yuan invertidos en el canal principal y en sus tres ramales, la participación del Estado fue sólo de 21,6 por ciento, mientras que los restantes 78,4 por ciento fueron suministrados por las propias comunas y brigadas de producción. En las inversiones destinadas a las obras suplementarias, comprendiendo una vasta red de canales, y presupuestada en 20 millones de yuan, la parte del Estado fue sólo de 1,5 por ciento contra 98,5 por ciento de la parte de las comunas y brigadas.”

Sin embargo, no faltará resistencia al pueblo brasileño. Los campesinos pobres y los movimientos revolucionarios harán de todo para impedir ese asalto a nuestras riquezas y, por qué no decir, una afronta a nuestra soberanía.

Esos mismos campesinos, que viven de su trabajo, saben muy bien que la construcción de cisternas es una opción limitada para la solución de los problemas de la sequía. Sin embargo, obras de envergadura, como demanda la solución de los problemas, sólo será posible en un otro tipo de Estado, en una Nueva Democracia – como fue el caso de los campesinos de Linhsien – donde las fuerzas productivas tengan espacio para desarrollarse, con los conocimientos científicos y los medios de producción bajo control de las clases trabajadoras a través de su Estado popular.

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